Medio: Posdata _ Suplemento literario de Levante-EMV
Título original: Un Mèdici de Palmera
Autora: Angels Gregori
Fotografía: Ricardo Gómez-Acebo
Fecha: 24 de mayo 2025
Un Médici de Palmera
Una vez, en una de las comidas con Vicent Todolí en la que no paraba de hablar de literatura de una forma tan sugerente como poco académica, sin ninguna voluntad de dar lecciones de nada, sino transmitiendo la pasión que le habían dado los libros a lo largo de su vida, le pregunté por qué no se había dedicado a la literatura. Y me respondió de una manera breve pero contundente: porque le tenía demasiado respeto a la literatura. Hace más o menos veinta años de eso, pero esta respuesta me ha venido estas días con insistència a la memoria mientras convivía con el libro que acaba de publicar y que me tiene fascinada: Quisiera crear un jardín (y verlo crecer), en edición de Juan Lagardera y publicado por Espasa. Una obra donde Todolí explica todo el periplo vital que lo llevó a acontecer un referente en el mundo del arte contemporáneo a nivel internacional. Y un libro donde, aun así, eso es lo de menos. Porque a medida que vas pasando las páginas, este libro es, sobre todo, una forma firme de estar en el mundo, desde el arte, desde la literatura, desde la cocina y desde la tierra. La literatura es más preguntas que respuestas, y esta es la actitud constante de Todolí en cada uno de los territorios donde ha ido acercándose a lo largo de su vida, desde la curiosidad de preguntarse, de interrogarse.
Todo un periplo por el mundo que acaba -y encuentra su esencia- en el origen, en Palmera, en la memoria de los suyos, donde hace años empezó a comprar terrenos para evitar un plan urbanístico y dónde ha creado, finalmente, su museo al aire libre que es la Todolí Citrus Fundación, que comprende alrededor de quinientas variedades cítricas y que, al final, es la respuesta que da sentido a todas sus preguntas. El deseo de pertenencia más parecida al paraíso que he vista nunca. Escribía el poeta italiano Nanni Balestrini que a veces los árboles crecen en dirección al cielo, que es más o menos lo que ha hecho, y que, de alguna manera, en diversas ocasionas le repetía Francisco Brines, cuando lo comparaba con Hermes, diciendoles que era como un mensajero de los dioses que, con sus sandalias, tocaba la tierra para coger impulso.
El próximo sábado 14 de junio tendrá lugar a su fundación el Poecítrics, un festival de poesía que este año cumplirá la tercera edición, y que reunirá poetas como Leire Bilbao, Joan Carles Martí, Vicente Gallego, Mario Obrero y Raquel Lanseros. Un acto que ya empieza a ser una cita obligada en nuestra comarca para todos aquellos que no se quieren perder una tarde llena de versos en un museo único, al aire libre, como el escritorio de Thoreau. Para mí es un acontecimiento al que le tengo un aprecio especial, por mucho motivos; uno de ellos, porque desde que era una adolescente he visto con qué repeto trataba Todolí la poesía. Y se me ocurren muchos otros, como pensar en lo que ha pasado y en lo que no deja de pasar y en toto lo que ha tenido que pasar en la comarca de la Safor. Un territorio que, desde Ausiàs March hasta Gregori Maians, supone la cuna de nuestros clásicos y uno de los exponentes más grandes de la Ilustración, y con los rumbos que está tomando el mundo, tengo la sensación que en esta comarca, entre todos, cada vez estamos más blindados, a través de la palabra, contra odios institucionalizados y fanatismos que no dejan de crecer.
Hace unos días celebrávamos en Oliva los veinte años de la Poefesta con casi un millar de asistentes, que es como un milagro en un pueblo donde siempre se ha tratardo la poesía como una cuestión de estado. Y, la misma semana, tuvo lugar la inauguración de Gandia Pensa, un espacio de reflexión para la cuidadania que, en su primer acto, en el mismo momento en que en el Vaticano salía un nuevo papa, en el Palacio de Borja de Gandia nos emocionabamos con la presencia de Theodor Kallifatides, un autor que a través de su obra ha dejado uno de los testigos más grandes de nuestros días abrazando todas las cuestiones que atienen a la condición humana, desde el sentimiento de pertenencia hasta los problemas de identidad. Un humanista que nos ha hecho comprender que la verdad necesita de una relación honesta entre el pensamiento y la palabra, que nos ha enseñado la dignidad que supone la incomodidad y la perplejidad de una indignación colectiva, y que nos ha hecho ver, en definitiva, que la cultura es el único instrumento posible contra la barbarie.
Hace años, una vecina de Oliva me dijo que gracias a la Poefesta le había aumentado su calidad de vida. Una frase que no se me ha olvidado. Porque, en definitiva, todo se trata de esto. Los poderes públicos tienen la responsabilidad de garantizar los derechos culturales a todos los ciudadanos, más allá de las grandes capitales del país. Y todavía con mas motivo si dependen de una administración autonómica que no los asegura. Y, aun así, qué felicidad, a pesar de todo, poder garantizar espacios de entendimiento sin tener que depender de ella. Y pasearse entre siglos en una sola comarca. Y poder presumir del compromiso con la belleza que pupone tener un Médici en Palmera, un Kallifatides en el Palacio Ducal y de una Poefesta con casi mil asistentes. Quizás por esto cualquier espacio de diálogo que se genere entre la ciudadanía significa, más que nunca, un acto de resistencia.